Resulta que el día de mi cumpleaños había un festival en
Barcelona que reunía a unos cuantos grupos, entre ellos los míticos Stratovarius,
pero por diversas circunstancias -la principal de las mismas el horario de
trabajo y la imposibilidad de cambiarlo- fue una pena no poder ir a verlos. Lo
bueno es que ese mismo día mi pareja me dio la sorpresa de, aparte de otro par
de regalos que me encantaron... ¡Concierto de DragonForce+Epica para seis
meses después! A lo mejor no estoy muy atento, pero no tenía ni idea de que
estos grandes se fueran a pasar por la ciudad. Están de gira juntos y parece
que se llevan muy bien. Y los meses pasarían deprisa. DragonForce sería el motivo
principal de mi presencia allí, y aunque apareciesen en la entrada como
teloneros o very special guest,era
muy emocionante pensar verlos al fin en directo. Y además tenía unos meses para
aficionarme a Epica, también una gran banda.
Así que llegó el 2 de diciembre. La Sala Apolo, en
Barcelona, bastante llena. Una birra rapidísima y a ponerse a cuatro metros del
escenario. Lo bueno de una sala y no un estadio de fútbol o una explanada
inmensa es la cercanía a y con los músicos, la sensación de que cuando les aplaudes,
los miras y cantas sus canciones, te están escuchando, agradecidos y felices.
Hay feedback. Te miran y les miras, no es algo tan impersonal como un concierto
de masas. Unos franceses que no me sonaban de nada, Dagoba, empezaban caldear
el ambiente. No tenían mala pinta, la verdad.
Agudos perfectos del cantante, magistrales guitarreos de Herman Li y Sam Totman, inmejorable integración de toda la banda y ejecución de sus siete canciones con la maestría que era de esperar. Había leído por ahí que los directos de DragonForce dejaban bastante que desear, al menos comparativamente con respecto a los discos de estudio (puede ser que porque los discos estén en un nivel de perfección difícil de emular), pero puedo afirmar que en este caso no fue así. Una lástima que no fueran los cabeza de cartel pero un privilegio poder haberlos disfrutado.
Y tras una pausa que se alargó un poco, Epica. Como no soy crítico musical no voy a hacer
valoraciones muy técnicas, pero ofrecieron un espléndido show en el que a pesar
de las bases de coros y orquesta pregrabadas que indudablemente tenían que
estar presentes, la voz y el resto de los instrumentos se escuchaban nítidos y
perfectos en prácticamente todo momento. Con una cuidada puesta en escena y un sonido algo más brutal que en
los discos de estudio, lo cual es de agradecer, Epica estuvo dándole caña
durante alrededor de hora y media, con algún descanso entre medias y algunas graciejas y chascarrillos para los fans, y bromeando con los integrantes de Dragonforce, que les miraban desde el piso de arriba tomándose algo en una mesa.
Gran concierto. Y grandes profesionales. Es un placer ver como
alguien disfruta tanto con su trabajo y que lo hace tan bien. Percibir
nítidamente, en sus sonrisas sinceras, sin postureo, sin falsa modestia o chulería,
su felicidad. Respetuosos, educados, contentos. Y se transmite ese buen rollo.
Y es una bonita sensación. Y luego te encuentras al cantante de DragonForce (Marc
Hudson) y a uno de los guitarristas y co-creador del grupo (Sam Totman) a la
salida. Tan normales, naturales y tranquilos. Uno te pide un pitillo, aprovechas y te haces
una foto con él después de un par de intentos fallidos con un teléfono
cuya cámara no es su mayor virtud. Y el segurata del local en el que han tocado
les echa la bronca por estar en la calle a escasos metros de la puerta con la
birra que les acaban de dar, exactamente igual que a todo el mundo. Y no se
quejan y obedecen, a sabiendas de que han sido los cracks de la noche y que
toda esa multitud que abarrota e inyecta euros a ese mismo garito ha venido
sólo por ellos.
Por eso, si estas navidades tienes que hacer algún regalo,
olvídate de colonias, freixenet, loterías o mandangas. Regala buen rollo. Haz
feliz a alguien, ¡Regala Metal!