miércoles, 23 de mayo de 2012

Quiero ser artisto

Resurgido de mis cenizas después del revés sufrido a causa de una empresa fantasma que busca comerciales -a puerta fría, autónomos y sin sueldo- y disfraza su oferta de un puesto de trabajo real, me he hecho lo que a mi entender es una tortilla perfecta -no revelaré aquí los secretos de su fórmula- que me ha otorgado las fuerzas necesarias para seguir dignamente caminando por la tierra de los humanos. He seguido pensado que nunca más debería asistir a una entrevista para algo dudoso cuyos requisitos sean "edad entre 18 y 35 años", "no hace falta experiencia" y "atención al cliente". Al parecer ahora la expresión "atención al cliente" no es lo mismo. Yo pensaba que era tipo "dependiente" o "administrativo y trato con clientes". Pero significa perseguir a la gente, que no es ni tu cliente ni nada, para que te compre cosas, supongo que llamar a timbres de abuelas para timarlas con productos inútiles, que un niñito de 18 o 20 años que no se sabe hacer un huevo frito, con un traje que le queda fatal, sin ninguna experiencia ni académica, ni laboral, ni por supuesto vital, te diga que es "jefe de equipo" y que tu en tres meses también serás "jefe de equipo". Y qué mal actor, madre mía. 
Bueno, todo esto iba pensando de camino a mi cursito intensivo y cortito de actuación, mientras me decía a mi mismo, para cambiar de tema, de mayor quiero ser artisto.






lunes, 21 de mayo de 2012

Mi reino por un caballo

Al parecer, Ricardo III, si nos fiamos de Shakespeare, estaba muy desesperado cuando prometía su reino a quien le proporcionase un caballo. Yo como no soy de la nobleza, ni poseo reinos, ni un número después de mi nombre, ni nada que se le parezca, y lo único que busco es un trabajo decente, no tengo más que mi experiencia, mi motivación y mi vello facial. Lo más que puedo hacer, pues, para asistir a una entrevista en una dudosa empresa para un misterioso puesto en un inexistente departamento, es -aparte de ponerme ropa limpia y dibujar una sonrisa de terminator- afeitarme completamente, como en los viejos tiempos. Esos en lo que tus padres te decían que a las entrevistas hay que ir arregladitos e incluso con corbata, y tu les decías que qué bobada, que es mejor ir como uno es, que sí, un poco decente pero más o menos como uno se siente bien. 
Al grito de "mi pelo por un trabajo", y blandiendo una carpeta en la que enfundado se hallaba mi currículum actualizado, he tomado el tren en la estación de Magoria, nombre que parece propio de la Tierra Media, y he puesto valiente rumbo hacia un destino incierto y cruel en un polígono industrial dejado de la mano de los dioses. Los caballeros y damas que allí se daban cita, desconozco si eran valerosos, pero tampoco parecían pertenecer a la alta alcurnia, y sus decrépitas armaduras y pobres y desgarbados atuendos, aparte de su alicaído ánimo y mirada huidiza, me hacían confirmar mis peores presagios. Presagios ratificados después al aparecer un joven repeinado, ataviado con falsas sedas a juego con su sonrisa forzada y su apretón de manos de niña de cuatro años, que llamó a un niño de veinte años, sin experiencia, ni estudios, ni motivación, y a mi. Desenvainó rápido su bolígrafo. Nos explicó -después de felicitarnos por haber sido reclamados para tal acontecimiento- un cuento legendario en un despacho, dibujando sobre nuestros propios curriculums la historia del éxito de su misteriosa empresa y su persona, las grandes compañías que tenían como clientes, los osbtáculos que con magia y sabiduría deberíamos sortear si deseábamos ser tan felices como él. El rostro del niño que me acompañaba era de sorpresa; el mío de hastío. Ya había conocido a hechiceros y nigromantes similares con anterioridad. Pero ni tan solo era magia real, ni siquiera fingida. Si acaso llegaba a ser el despreciable arte ancestral del trilero. Así que educadamente expliqué que mi intención era encontrar un trabajo real, no el de un mundo de fantasía y colorines, princesas en apuros y dragones espantosos. Dijo que igual me reclutarían como Soldado Administrativo, pero que no confiase en ello. Al parecer, hordas de miles de seres desesperados pugnaban por tal puesto codiciado a las puertas del castillo.
¡Mi pelo por un trabajo!




lunes, 14 de mayo de 2012

La conflictiva edad de la viejovenez

Me he levantado prontito esta mañana para hacer los deberes de catalán que tenía pendientes. Los he terminado y me he puesto con los de un cursito de actuación que estoy haciendo. También, como cada mañana, estoy pensando qué es lo que quiero estudiar, a qué universidad ir el curso que viene. Buscando en Internet unos estudios cuyos horarios me permitan trabajar a la vez que me saco algún título. Y no sé, tengo dudas de hacia qué especialidad tirar. Igual también me apunto a inglés, o a chino. Me estoy sacando el carnet de conducir y hace poco que intento también aprender a ir en bici, una cosa pendiente de cuando era pequeño.
Vale.
Luego me miro. Sorpresa. Resulta que me han salido canas, barriga, barba. Más pelo. No me había casi dado cuenta, pero al parecer ya no soy joven. Por lo visto ya no aguanto de fiesta hasta las mil, y parece ser que hace muchos años que no vivo en casa de mis padres. Y que la vida es muy cara. Que las relaciones sentimentales son diferentes. Que resulta que sí, que estoy pensando más o menos lo que pensaba cuando tenía 18, 20, 24 años. Qué estudiar, qué hacer para mejorar, en qué puedo trabajar. Pero no, ya no tengo 18, 20, 24 años. Tengo 32 y muchos meses, y supongo que esta situación extraña y algo antinatural ahora mismo la estarán teniendo millones de personas muy parecidas a mi, que llevaban años trabajando en una cosa, que la cosa ha desaparecido, que tienen que volver casi a empezar de cero o a intentar aprovechar los restos de lo que había sido su vida cotidiana hasta hace poco. Que tienen que resetear, hacer una remasterización de sí mismos y recuperar el empuje y la vitalidad -o incluso añadir más- que tenían diez años atrás. Pero que ya no son jóvenes, y que tampoco son viejos. Están en una nueva edad que antes no existía y para la que nadie les había preparado. No es la edad del pavo, no es el síndrome de Peter Pan, no es la crisis de los cuarenta, no es la jubilación; es la conflictiva edad de la viejovenez.



martes, 8 de mayo de 2012

Correr para no llegar a ningún sitio

Llevo tiempo observando a estos seres. El cuerpo de los humanos ha evolucionado mucho más despacio que su cerebro; al parecer tiene que quemar de manera especial y adicional las calorías que con su vida cotidiana no es capaz de eliminar. En no la mayoría -donde los humanos no tienen acceso a alimentos o agua- pero sí en muchas partes del planeta, decenas, cientos, miles de individuos de esta especie se levantan cada mañana, salen de sus cuevas y empiezan a correr, correr, correr sin rumbo. Van ataviados con ridículas vestiduras apretadas, inhibidores de sonido externo llamados auriculares y en algunos casos distorsionadores de la percepción lumínica llamados gafas de colores. Sus poco eficientes fisiologías, en claro desajuste con el creciente desarrollo de su intelecto, han sido incapaces de adaptarse a los tiempos; no han sabido dejar atrás la época en la que eran nómadas, en la que necesitaban correr detrás de sus presas para cazarlas. Y mientras utilizan teclados y monitores de diversos tamaños, la grasa que se acumula alrededor de su abdomen, en algunos, y de sus cuartos traseros, en otros, siendo la antinatural práctica deportiva la única solución. Es más, ni siquiera aprovechan el correr para realizar gestiones o recados, ni para ir del punto A al punto B. Sólo corren porque sí. Algunos incluso trabajan para poder pagar un recinto en el cual correr sobre una cinta, al lado de otros seres de su mismo tipo con los que sólo intercambian educados saludos. Y después de años de observación me he percatado de que son la única especie que realiza tal insensatez. Los gatos, palomas, pollos o perros, menos avanzados intelectualmente, tienen suficiente con sus actividades naturales para mantener el cuerpo sano. Seguiré analizándolos; puede que dentro de unos cientos de años los gatos, palomas, pollos o perros consigan cerebros más complejos que les permitan realizar trabajos más intelectuales que físicos, utilizar la mente por encima del cuerpo, inventar cosas, utilizar teclados y monitores de diversos tamaños y sea necesario que los gatos, palomas, pollos o perros se enfunden un traje ajustado, unos auriculares y unas gafas de colorines y empiecen a correr, correr, correr en círculos sin dirección y sentido, asemejándose así más a los pobladores de mayor intelecto del planeta, los humanos.



De mayor quiero ser como Jackie Chan cuando era joven

Y es que Jackie Chan lleva mucho tiempo siendo viejoven. La verdad es que no tengo muy claro cómo es ahora exactamente, pero en mi recuerdo siempre ha sido un tipo majo, sanote, amigo de los perretes, los niños y las pibitas en apuros. El otro día -en uno de estos tiempos muertos de amo de casa en proceso activo y continuo de búsqueda de empleo- salí al balcón para tomarme un café y fumar un asqueroso cigarro de liar de un paquete sequérrimo abierto hace unos meses. Debería fumar más para que no se me secara tanto el tabaco. O más fácil, no fumar nada. El caso es que ahí estaba, en esta especie de parque debajo de mi casa, Jackie Chan. No tenía las gafas puestas, pero indudablemente era él. Evidentemente era oriental, tenía pelo negro y aplastado, baja estatura, sonrisa perpetua y sincera, ropa bastante desactualizada, por no decir vintage. Hacía cucamonas a un niño pequeño saltando y haciendo el tontete. Pensé "jo, yo de mayor quiero ser como Jackie Chan  cuando era joven" o "jo, si tuviese un hijo ahora estaría ahí abajo haciéndome colega de Jackie Chan". Pero luego me di cuenta de que no era él, sino una proyección de los noventa de su persona en un individuo normal. Me puse las gafas y la verdad es que ni siquiera se le parecía. Qué decepción. Apagué con bastante mal sabor de boca el asqueroso cigarro a medias y me metí dentro pensando que nos hacemos viejos demasiado deprisa.