viernes, 25 de octubre de 2013

Por fin es viernes (mercenarios)

Sí, ya sé que el título de la entrada parece no tener demasiado sentido. Por eso me tengo que explicar.
Ya sabemos cómo está todo los últimos años en, digamos, la península ibérica y los archipiélagos y ciudades de otro continente relacionadas con la misma, o como dicen en un decathlon al que fui hace un par de días, "el estat" (bueno, la frase concreta era "puede usted cambiar los productos siempre que lleve el tiquet de compra durante quince días, y esto lo puede hacer en cualquier tienda del estado", y se me olvidó preguntar si el estado era el sólido, el líquido o el gaseoso, aunque creo que se refería al estado español). Conocemos a la perfección la situación laboral, educativa, social, económica, sanitaria y política del país. Y llegamos a la muy sesuda y científica conclusión de que "la cosa está mu mala". Pues bien, por fin es viernes. Para mucha gente que sea viernes no quiere decir nada en concreto. Da igual que sea viernes porque los sábados y los domingos también hay gente currando.
Y es que resulta que esta época en la que parece que nadie contrata a nadie hay dos tipos de personas; las que se quedan esperando, probablemente sentadas, a que su ángel de la guarda les llame y les de "trabajo de lo suyo", mientras viven de rentas, del paro o de familiares y a los que efectivamente, nunca contrata nadie, y los mercenarios; esos para los que lo importante es el poder pagar las facturas, sobrevivir y que en épocas conflictivas prefieren tener un trabajo cualquiera pero tenerlo. Hay que ir trampeando. Así, este año/curso he podido convencer a abuelas para que me den su dinero para una ONG por teléfono, intentar que otras abuelas timadas no se den de baja de servicios de gas, estar a punto de vender tarjetas de crédito a gente con dinero para pagarlas, enviar taxis y grúas a gente a la que se le avería el coche, y, finalmente, tras los años de experiencia, los estudios, las ganas y el esfuerzo, llegar a ser un sonriente florero humano. Gracias a que he preferido ser un mercenario ahora puedo seguir viviendo en Barcelona, esta ciudad en el que el coste de la vida es altísimo pero de la que inexplicablemente no nos vamos.
Así que niños, creced: no existen tantas vacantes para periodistas como licenciados en comunicación audiovisual, ni de abogados como licenciados en derecho. Esto nunca ha sucedido y nunca sucederá; y ahora menos todavía. Todos los niños quieren ser bombero, abogado, guionista, astronauta y jugador de fútbol. Y estrella del metal. De verdad, yo también. Alguien os tiene que tirar un cubo de agua fría, ese golpe de realidad que os llegará antes o después tenéis que verlo venir y estar preparados, si no os ha pasado ya. Evidentemente el sueño de nadie es ser un florero o vender cosas por teléfono. Pero hasta que uno pueda llegar a vislumbrarlo, entretanto tiene que sobrevivir. Adaptarse al ecosistema sin amargarse. Más o menos como hacía Schwarzenneger pintándose con barro para que Predator no le viese (alguna cosa freak tengo que decir y no sabía muy bien donde meterla). No es que le encantase, es que no había otra. Y la única forma de hacerlo es esa, tener el valor suficiente para convertirse en mercenario.
Así que venga. A las armas.



jueves, 10 de octubre de 2013

Vaca(no)ciones

Como ya he mencionado, hay muchas cosas buenas de trabajar en verano. Una de ellas es que si trabajas en julio y agosto hay bastante probabilidad de que mientras otros vuelven a la rutina (los afortunados, los que no siguen en el paro), tu puedas tener días libres y mofarte amistosamente de ellos (de los que no tienen trabajo no, evidentemente).
Y tener ocupación, sea en la época que sea y en el horario en el que sea es una cosa buena en si misma. Varios millones de personas buscan, y, patapúm, tu que ya estabas casi satisfecho con el trabajo a tiempo parcial que tenías estos últimos meses, y van y te ofrecen uno nuevo. Estás en racha, vuelves a levantar cabeza.
Valoras los pros y los contras, siendo estos últimos los menos. Y te cambias a una nueva empresa con unas funciones completamente distintas. Y por supuesto, como se suele decir, "no pain no gain". O sea que sin esfuerzo no hay recompensa. 

Tenías completamente arregladas las vacaciones. Sí, esa sensación que creías perdida, tener unas vacaciones normales y corrientes, de esas que cuando vuelves sigues teniendo trabajo y no de esas tipo "como el programa tenía poca audiencia y la cadena lo ha cancelado, tu contrato, tal como firmaste, se termina, así que te puedes ir un rato por ahí a freír espárragos y ya si eso te llamamos en un tiempo, por si acaso mándame algún mail en un tiempo". Tocaban dieciséis días laborables.
Pues bien, evidentemente al cambiar el trabajo por aquel en el cual, tras calibrar la balanza al milímetro resultaba más favorable, los días de vacaciones se resetean. Más bien se controlzetean. Destinos tan exóticos como Madrid y Salamanca, cuyos baratos vuelos y asequibles trenes estaban reservados con meses de antelación, debían ser cancelados, cosa que no le hace ninguna gracia la amigo Ryanair y a su primo guapo Renfe. En fin, que los pierdes. Te las arreglas para que en el nuevo trabajo te permitan librar ese fin de semana en el que te ibas de escapada, al cual ibas felizmente acompañado. Ibais un par de días a desconectar, a tomar un aire diferente al de Barcelona. Y ya está, esas serían tus vacaciones de 2012 y 2013.

Imagínate que vais ella y tu prontito al aeropuerto. Lo tenéis todo planificado. Planos imprimidos, hotel reservado, horarios de trenes y buses. Os habéis levantado a las cinco de la madrugada. Os habéis tomado un café en el aeropuerto con la calma (para más detalles sobre cafés en aeropuertos, aquí). Ya en la puerta de embarque, os dais cuenta de que cierta documentación imprescindible ha resbalado de la carpeta y está en algún sitio entre el control de seguridad y el avión, porque en las mochilas nada de nada. Alarma. Horror. El tiempo apremia y empezáis a correr como pollos sin cabeza. Resulta que el aeropuerto es un pelín grande. Resulta que nadie sabe nada. Al final el documento aparece, pero cuando coincidís los dos en la puerta de embarque, la señorita que esperó un rato desaparece y cierra. Esperáis y véis como la pasarela que lleva al avión se retira. Y todo se desvanece. Ahí va volando vuestro relax, vuestra pequeña desconexión planificada con tanta antelación.

Pero bueno, nunca habíais perdido un vuelo. Está claro que alguna vez os tenía que pasar.