martes, 10 de septiembre de 2013

La napolitana rellena de veneno de toda la vida

Imagina que un señor va a un Macdonalds o a un Burguer King o similar y se encuentra una pata de un mosquito en su porción de carne picada de animal muerto a precio asequible. Instantáneamente saltan todas las alarmas y una repercusión internacional sin precedentes; Los carnívoros son capaces de comer diversas partes de vacas, cerdos, peces e incluso gambas, pero eso si, la pata de un mosquito es algo repulsivo. Política capitalismo y ese tipo de cosas aparte, la cadena muestra los miles de controles a los que somete a sus productos, las certificaciones correspondientes, la pulcritud con la que mantiene las instalaciones. El aceite con el que fríe sus patatas, limpias y sin sabor a croquetas o calamares. Explica de dónde saca los elementos que construyen sus preparaciones y cómo se elaboran. Incluso empieza a vender ensaladas e indica la aportación calórica que conlleva un filete. Recomienda una vida sana y saludable, sugiere que los niños hagan deporte y desterra la mascota de payaso maléfico de los ochenta. Muestra con guantes y limpios utensilios a sus cocineros. Le ponen una sanción de millones de dólares y entonces afina aún mas sus controles. Aun así la gente se dirige con recelo a sus establecimientos.

Imagina que este mismo señor va a una panadería o a un bar cualquiera, familiar, tradicional, de la esquina, de toda la vida. Se toma una caña y se come unas patatas sin preguntar. En la panadería, otro día, se compra una barra y una napolitana, por ejemplo. No le hace falta ningún control, ya se fía de Paco, de Manolo, de Jaume, son del barrio de toda la vida. Y en verano, se va, por ejemplo, a una calita de Girona, concretando el ejemplo a la costa de Begur y concretando más aún -concretizando, como diría alguien que quiere dar más pompa a una término tan habitual- en la cala de Sa Tuna. Se come una porción de Tortilla por la que paga diez euros y se toma una jarra de medio litro de sangría por la que paga otros diez. Y deja una propina de dos
Hay que potenciar el consumo tradicional. Hay que potenciar la hostelería de proximidad. Los productos que tan amablemente nos preparan las pequeños y medianas empresas familiares se realizan con productos de la tierra y con un amor que asusta. La pizza se inventó en una masía de Cataluña, la del abuelo tarradellas.
Cierto. Y nos os lo había dicho, pero Batman no es Bruce Wayne. Soy yo.
Lo que sigue está basado en hechos reales vividos en ocasiones en primera persona, pero dulcificado y resumido para su correcta asimilación.
Resulta que ese pequeño empresario catalán, o madrileño, o salmantino, en su vida ha pasado un control de calidad tan exhaustivo como lo han hecho las cadenas de la supuesta comida basura. Por eso ese hostelero de toda la vida puede usar el mismo aceite cuarenta veces y durante horas para freír desde patatas hasta calamares, pasando por un vaso que se le cae en la freidora, algún que otro escupitajo, algo que se cayó al suelo y volvió y unos cuantos san jacobos. Patatas deluxe. Esa cucaracha que camina por la cocina del restaurante se ríe de los comensales. Toda la fritanga tiene el mismo color y sabor, ese sabor mediterráneo que mezcla tubérculos, panceta, queso y calamares, al que estamos acostumbrados y con el cual el turista medio está satisfecho. Ese señor tan majo que te puede vender una tortilla congelada de findus como si fuese preparada al momento. Ese cocinero tan simpático que cuando va al baño no se le ocurre lavarse las manos. Se le pueden caer cristales en la escalivada. Puede tener a sus trabajadores amenazados y en condiciones infrahumanas. 

También puede ser que te prometan que una pizza no contiene los alérgenos que les has preguntado y que te des cuenta de que no era verdad de camino a urgencias. 
El panadero de toda la vida te vende no tres croissants por un euro y medio, sino uno por un euro. Eso es porque lo hace con cariño y con los mejores ingredientes. Por eso te cobra un euro con ochenta por una estupenda napolitana de crema y el ingrediente especial.
Así de estupenda:


Napolitana de moho

Mira que majo, que le ha añadido productos adicionales; ¿mermelada de kiwi? ¿esa fruta "escarchada" -no se cómo se llama, la verdad- que los maestros pasteleros le ponen a los roscones de reyes? No. Algo más elaborado, algo que ha tenido que estar un par de días o tres a oscuras, que ha estado curándose. Rico y nutritivo moho. Veneno. Una cosa que si te la comes, vete a saber, igual te mueres. Bocato di cardinale. Me abstengo de subir la foto con flash porque valoro el que la gente que piense en una napolitana pueda dormir tranquila.


Y ya ves, no me encuentro a ningún cocinero activista que denuncie tal situación. Puede ser que los cocineros activistas estén de vacaciones, o elaborando productos con cariño, amor y algunos ingredientes más.

Por cierto, no quiero arruinar el negocio de este bondadoso panadero, sólo evitar algunas intoxicaciones... así que diré que si salís del metro en Sant Pau Dos de Maig salida Cartagena de la línea azul de Barcelona, no compréis nada en el establecimiento que está nada más salir.



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