Todos alguna vez hemos teleoperado, teleoperamos o
teleoperaremos. Normalmente entran llamadas una tras otra o emites llamadas una
tras otra. Y en esos momentos de espera, que pueden ser en verano, los fines de
semana y de madrugada, entre una y otra llamada, que puede ser de una persona
normal o de un acosador sexual, no puedes ir al servicio, tomar un café, salir
a que te de el aire o mirar nada de internet; más que nada porque a veces el
puesto no te lo permite, porque puede que tampoco haya internet y porque a lo
mejor los equipos de décadas anteriores no están preparados para ello. Puedes
quedarte pensando o mirar a las musarañas o los gamusinos si los encuentras.
Puedes imaginarte a ti mismo que en realidad estás en una serie y localizas a
los malos con satélite, y el jefazo, que es el jefe de la CIA o del FBI te dice
"Anderson, dame visual de eso". Tienes que hacer algo para no
estar dormido un domingo por la noche o un lunes por la mañana, en ocasiones en
una plataforma de teleoperadores desierta en la que llevas ahí solo doce horas
y has comido sin quitarte los auriculares. Puedes seguir haciendo
garabatos sin sentido durante unos segundos en el cuaderno. Si a los
garabatos les das alguna forma te pueden salir dibujitos. Y cuando los encuentras
años después te hacen bastante gracia. Luego vas, haces un blog, escaneas los
garabatos tal y como estaban, con el photoshop les pegas tu nombre en alguna
esquina y, abracadabra, ya tienes nuevas entradas.
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