viernes, 19 de abril de 2013

Señor Wayne, con Ferrero Rocher nos ha realmente conquistado

Bruce Wayne había organizado por Halloween una de esas pomposas y multitudinarias fiestas para recaudar fondos destinados a causas benéficas. Había invitado a todo el mundo. A gente notable de diversos ámbitos. Era una fiesta de disfraces y como requisito principal y obligatorio hizo constar en la invitación que todos se vistieran de algún superhéroe. 
Por razones obvias, Alfred era el único que no se había disfrazado, pero sí los camareros, que llevaban todos el uniforme oficial de soldados del imperio de Star Wars. En las fiestas de la mansión Wayne no se reparaba en gastos. El Maitre vino ataviado con un traje muy profesional de Darth Vader, incluido un distorsionador de voz. Los camareros estaban algo aterrorizados. No era el plan. Al parecer hubo una confusión en la empresa de catering pero ya era demasiado tarde para deshacer el asunto. Así que los soldados imperiales deambulaban por el gran salón llevando y trayendo copas de licores variados, altramuces, anacardos y otras cosas de categoría para picar. Y todo marchaba viento en popa, a toda vela, además.
En fin, era como ese Halloween en el que ET podía salir a la calle sin temor a ser descubierto. Es el único día en el cual todos los monstruos y extraterrestres podrían salir a dar una vuelta sin ser cuestionados o perseguidos. Pero claro, resulta que a la fiesta acudieron superhéroes reales. Para no ser identificados construyeron auténticos disfraces basados en sus trajes de trabajo. En la mansión Wayne todo el mundo se divertía. Se limitaban a reir, beber, fumar y charlar, pero no usaban ninguno de sus poderes (excepto flash en un momento en el que el baño estaba ocupado y se fue a orinar detrás de unos arbustos al enorme jardín, pero lo hizo tan deprisa que nadie se percató de ello). Hasta el Maitre se animó con el karaoke, cantando algún tema de Johnny Cash que le salió a la perfeccción.  La fiesta estaba siendo todo un éxito.
Evidentemente el Sr. Wayne se había disfrazado de Batman, pero lógicamente con un vestido de un diseño antiguo y descartado que le sobraba y que había sacado de un armario del ikea que tenía en la batcueva. Era un traje muy simple, un boceto podría decirse, sin kevlar, fibra de carbono o accesorio alguno. Para no dar el cante. También a la fiesta acudió alguien disfrazado de Hulk, de Iron Man, de Magneto, del profesor Xavier,... pero resultó que muchos de ellos eran reales. Eso sí, en la fiesta había pocas mujeres; el mundo del superheroísmo es algo machista. Las pocas que había estaban encantadas, eso sí, porque otra cosa que tienen los superhéroes es que suelen ser gente cordial, inteligente, guapa e interesante. Todos con disfraces basados en sus auténticos atuendos. Eran libres, nadie sabía quién era quién. 
Pero Superman cometió un fallo. En lugar de ponerse unos calzonzillos rojos cualquiera -los de nochevieja, por ejemplo- encima de los leggings azules y las botas rojas de agua del decathlon que había preparado, llevaba unos calzoncillos con unas siglas bordadas. Eran muy pequeñas y nadie se percató de ello. A excepción del Bruce Wayne, siempre atento al detalle (y el único que no estaba borracho ya que era el anfitrión y quería estar pendiente de que todo saliese según lo planeado). Bruce se fijó en las  diminutas siglas. Las letras eran claramente una C y una K. Sólo hubo que atar un par de cabos. Todo encajaba. Recordó que menos ese día se notaba que Superman siempre tenía muy buenos diseños en sus trajes, con tejidos de gran calidad y resistencia. Se veía que el tipo era una profesional de la moda, aparte de su tarea habitual de autoproclamado defensor de los débiles, claro. CK. Por fin Bruce Wayne descubrió la verdad, la identidad secreta de Superman: Calvin Klein.





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