sábado, 3 de noviembre de 2012

Obituario perruno

Los animales en general no son lo mío. 
   A los supuestamente comestibles nunca les he hincado el diente. Y con los presuntamente  domésticos se dan varias situaciones: sus pelos me hacen respirar mal, estornudar y picar la piel. Los gatos me provocan una alergia extrema y bastante nerviosismo, los conejos mediana alergia, la mayoría de perros me agobian con su hiperactividad, sus pises y cacas y su babosidad. Y los insectos caseros, animales de compañía forzosa en determinados y repulsivos momentos puntuales, una mezcla de pena, miedo y asco. 
   Pero a veces hay animales que se salen de la norma. Esos que tienen cara, esos que se nota que están pensando en algo cuando te miran. Que incluso te entienden aunque no les digas nada, que saben que estás triste o contento, y se acercan a ver qué tal estás con una extraña expresividad que no ves pero intuyes. Esos cuya compañía resulta agradable, a pesar de las alergias, del olor y del despliegue de babas y pelos que envuelven su caminar o saltar. Conozco a tres o cuatro. Pascual, Kiko, Kira... Pero ninguno tan de la familia como Lolo. Se hicieron con él a modo de sustitutivo de hermano pequeño para mi sobrino, que le puso este nombre en mi honor porque en principio un perro no se puede llamar Manuel, y además no es demasiado correcto ponerle el nombre de una persona conocida y real. 
   Hace mucho que no vivo en mi ciudad natal (y la de Lolo) pero siempre que le veía me saludaba como siempre, siempre que le decía sube, subía, siempre que le decía salta, saltaba. Y se acordaba perfectamente de mi, y yo también de él, y de cuando salía de fiesta y al volver me lo encontraba a él y a mi cuñado -experto amo- paseándolo a las seis o siete de la mañana, de cuando mi sobrino era un niño pequeño, de las veces que el perro se ponía un poco plasta. En estos años yo me hice adulto y mi sobrino fue creciendo; antes medía la mitad que yo, ahora me supera. 
   Igual el animal a veces era un poco molesto, a veces su aliento y el olor que dejaba en la casa eran demasiado fuertes (al parecer es algo común en un cocker spaniel, Lolo era de color negro, para más datos). Pero siempre majo, siempre fiel, en general era un perro buena persona. La última vez que le vi estaba muy mayor, algo lento y cansado, con muchas canas y un poquillo torpe, pero seguía siendo buena gente. Y en verano fui a ver a la familia y me explicaron que el bueno de Lolo ya no existía. Y me dio mucha pena, la verdad, me hubiera gustado verle otra vez. Y pensé que me gustaría dedicarle unas palabras.
  Y eso que los animales no son lo mío.



2 comentarios:

  1. Muy buena entrada, y recordatorio para mi perro. Se le echa de menos, la verdad. Gracias por recordarlo. Un abrazo, Manu.

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  2. Me gusta. Y es que Lolo fue nuestro primer contacto real con el mundo perruno (por la parte Alonso que me toca), a excepción de aquellos con los que nos cruzábamos (de acera) cuando íbamos al colé de pequeños o los que raramente tenían nuestros amigos. Y es que, como dices, los animales nunca fueron lo nuestro, pero Lolo nos miraba como si nos entendiera, nos conocía y se alegraba al vernos. Y nosotros también al verlo a el. Que majo el Lolo!!!

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