miércoles, 14 de noviembre de 2012

Dew & Índex

Tras muchos esfuerzos ajenos, por fin llegaron a la cocina. Estaban ahí, inmóviles. Por la estructura de la misma y la disposición de los espacios huecos -que antes lo eran y que ahora ocupaban ellos- era difícil verse, pero ambos notaban la presencia del otro. Uno de ellos llegó varios días más tarde que el primero. Nunca antes habían coincidido, pero intuían que pasarían mucho tiempo juntos. La cocina era muy pequeña, así que probablemente acabarían conociéndose bien. Estaban nuevos, radiantes, impolutos, y con muchas ganas de cumplir su cometido.

-¿Ey, cómo te llamas?- gritó el más atrevido, finalmente.
-¿Te...Te refieres a mi?- tímidamente al principio, el otro.
-Si, he supuesto que llevas aquí algún tiempo.
-En realidad no, llegué hace un par de días. Mi nombre es Indesit, Indesit Icw, pero mis amigos me llaman Index.
-Encantado, Index. Yo soy Daewoo Nofrost Multiflow, y me puedes llamar Dew.
Dew era blanco, con dos puertas y varios cajones. Era frío y grande. Por su parte, Index parecía algo más afable, cuadrado, pequeño, y siempre se tuvo a sí mismo por muy limpio.
-Parece ser que vamos a estar juntos mucho tiempo, será mejor que nos vayamos conociendo- recomendó Dew.
-¿De dónde eres?- preguntó Índex
- De un sitio llamado Miró. No se si lo conocerás, está en este mismo barrio. ¿Y tú, Índex?
-Vengo de un lugar algo más alejado, Media Markt lo llaman, Hospitalet.

Un año después, cuando ya eran prácticamente inseparables, escucharon conversaciones en la casa que les hicieron presagiar un futuro incierto. Se habían acostumbrado a la presencia de su padre adoptivo. Dew a su comida, a sus zumos de manzana, sus cervezas, a sus tupers de pasta blanca, a sus patatas congeladas. Sus antiguos compañeros de Miró le habían avisado de que en sus cajones habría en ocasiones peces muertos, pollos, carne picada, pero no había sido así. Índex a se había habituado a sus camisetas de rebajas, a sus calcetines y calzoncillos. Ambos se sentían respetados, queridos y cuidados. Temían ser separados, cambiar de residencia o peor aún; cambiar de propietarios y ser maltratados.
Pero no fue así. Simplemente fueron cambiados de ubicación, no muy lejos. Durante el viaje se pudieron ver en la furgoneta. Se les hizo extraño, aunque fue muy emocionante. Sólo compartieron unos minutos. Después, en la casa nueva, y más grande, uno ocuparía un lugar destacado en un hueco de la cocina, otro en otro sitio, llamado safareig, en una ubicación más amplia que la anterior. Ellos no lo sabían, pero se verían menos, porque estarían en habitaciones separadas. Comentaban cosas de vez en cuando, cuando la puerta del safareig estaba abierta. Se veían menos pero tenían mucho más trabajo. Más alimentos, de vez en cuando animales, algún que otro vino, y también, además de calzonzillos, y camisetas, también faldas, bragas, blusas, diferentes juegos de sábanas. Conocieron también a los hermanos Balay, uno era friegaplatos, el otro cocinero. Hicieron una buena panda, había noches en las que trabajaban todos a la vez y había buen ambiente. Podía decirse que tenían una vida plena.

Pero todo terminaría. Los que les proveían de esa comida, esa bebida, esa ropa y esas toallas -todo eso que habían tenido dentro y cuidado los dos últimos años-  no podían seguir en la casa y tampoco se los podían llevar consigo. Lo último que lavaría Índex para ellos serían unas toallas o unas sábanas, y dentro de Dew sólo habría unas vacunas, un triste bote de ketchup y una solitaria caja de merluza empanada. Empezaba para ellos una nueva e inesperada vida, separados. Y todavía no tenían ninguna pista de cómo ni dónde sería esa nueva vida.

Aunque su mejor amigo siempre les echaría de menos. Para él nunca fueron lo que ponía en sus especificaciones. 


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